jueves, 16 de febrero de 2012

LAS MANOS BENDITAS DE COSMELINA

En la tradición culinaria de la Península de Paria se han metido muchas manos y no por ello el caldo se ha puesto morado. Sucede más bien que las manos han sido sabias para utilizar al máximo los productos disponibles y abrir así un abanico de sabores en el que la imaginación supera la precariedad de recursos.
Que no haya dudas: en la cultura pariana el coco es rey...y Cosmelina Sucre reina de una tradición escrita al calor del fuego que renace diariamente de sus cenizas.

Foto cortesía de carlos Hernández


Angela y Juan tuvieron nueve hijos: Ciro, Arcadio, Santos, Salomón, Carmen, Metodia, Marcelina y Cosmelina Sucre.
Cipara era entonces un caserío de la costa pariana donde la vida discurría de modo precario desde quién sabe cuándo. Un rincón de esos mares del Caribe impredecible por los que pasaron bucaneros, piratas, navegantes de toda estirpe y procedencia que sembraron en unos casos terror y destrucción, en otros hijas e hijos, costumbres, sabores, en los pobladores originarios.
Por esas costas de arena fina preñadas de cocales paseó también su mirada atónita  un Cristóbal Colón medio cegato y mala maña, no por ello menos deslumbrado ante tanta riqueza aunque en Cipara la vida fue y sigue siendo pobre, ni agua dulce hay casi ya pues el fuego de la Cuaresma seca cada vez mas los ríos.
Un cambio importante ha sido que ahora, cuando se apaga el sol y no hay fallas, la luz eléctrica hace ronronear alguna nevera y se alumbran pálidos los bombillos. Pero decir que ha llegado el progreso no se puede.
¿Cómo imaginarse entonces que ese lugar pariera una cocinera que seduce día a días los paladares mas viajados y exigentes?
Cosmelina Sucre, riocaribera ahora por aquello de que uno es del lugar donde vive, tiene la respuesta.
“Lo que más me ha gustado es cocinar y vender lo que cocino, el trato con la gente. Me gusta conocer gente. No me veo en otra parte sino metida en una cocina. Me gusta tener el cuerpo en movimiento”, asienta con una convicción que no deja lugar a dudas.
Cosme, cuando le hice esta entrevista, estaba recostada contra la barra del café que tuve por ocho años en Río Caribe.
El lugar estaba a media luz y olìa a curry y a madera; a mujeres. Era bastante tarde, casi las once, la cocina estaba apagada pero de pronto entraron unos jóvenes turistas al lugar.
Cosmelina no dudó un segundo en quedarse con la palabra en la boca y correr a la cocina aún tibia para satisfacer a los hambrientos. La excepción hace la regla: hay personas que aman su trabajo y ese afecto profundo le da sabor a todo lo que hacen.
Cosmelina desde pequeña, al igual que sus hermanos, tuvo que trabajar.
“Cada quien hacía algo porque éramos muchos, los varones buscaban agua y leña. Yo repartía la comida porque a mí siempre me alcanzaba”, cuenta, muerta de la risa.
De esos afanes tempranos hizo oficio y algún don le vendría en los genes pues casi todos los hermanos cocinan sabroso, si bien sólo Marcolina, pastelera en Caracas, y Cosmelina, hoy propietaria de Manos Benditas, un restaurante de cocina pariana, obtienen el sustento diario de la maravillosa alquimia.
A los ocho años dejó Cipara y hasta los trece vivió en Caracas. De ahí en adelante hizo vida de gitana, de aquí para allá, siempre sin perder la alegría que la enciende.
Fue así porque la vida era muy difícil y dura.
“Papá se quedó ciego de cataratas, pero aún así sembraba. Tenía el corte de aguacates más grande de Cipara. Tanteando y por el olor, reconocía las matas. Ciro y yo íbamos al conuco, recogíamos cocos y con su venta comprábamos jabón, sal, azúcar, café y manteca. Vendíamos a diez bolívares el ciento y eso rendía”, rememora Cosmelina.
“Paíto también sembraba arroz, maíz, guandul. El maíz lo rallábamos casi seco en una horma de madera de tacarigua y con eso y coco mamá hacía juancucú, extendiéndolo en un trapo. Ese era nuestro pan”, dice, y explica cómo hacían la sopa loca, solo con verduras y coco...siempre el coco “porque casi nunca había real para comprar aceite”.
Se pilaba el maíz, se sembraba auyama, patilla. Poco se vendía. Alguna cosa a la gente de Margarita que venía en “tres puños”; esas embarcaciones de precario camarote encima. La vida entera transcurría en esas tortugas de madera que hacían de casa para los pescadores en las largas faenas de trabajo, interrumpidas cada tanto por una parada en los pueblos de la costa para cambiar pescado por otros productos.... y quizá para cortejar a alguna chica del lugar.
“Yo tenía dos vestidos de saco de harina; mamá cosía a mano y los pintaba. Los míos eran uno rosado, y otro amarillo. Los muchachos andaban desnudos hasta los cinco años o los seis. Una cama eran cuatro estacas con latas (caña brava) y esteras de bijao. Dormíamos varios en una, o en el piso. Papá componía décimas y cantaba galerones”, evoca Cosmelina.
Y casi se rasca la piquiña cuando recuerda que había muchos chinches y chiripas “y uno amanecía todo mordido por esos bichos”.
Un fogón y una tarimba en cuatro horquetas completaban el mobiliario, junto al pilón y a un tinajón.
Unos bancos de fabricación casera, “y un ture mocho que tenía Paíto”.
La comida era sencilla: verdura sancochada, caraotas molidas, chimbombó con coco, guamos, mejillones, sancocho de cangrejo, bollos, cachapas, mazamorra, majarete, bola de yuca, o la barriga de vieja que Cosmelina salía a vender.
Y vendía todo porque era y es amable, atenta, dulce, solidaria, además de cocinar muy bien.
Cosmelina Sucre es pequeña, de pelo castaño claro, muy rizado. Su piel es tersa, llena, como todo su cuerpo. Siempre sonríe y cuando se cansa, o cuando le duelen la cabeza o los pies, los ojos, ya pequeños, se hacen diminutos y hay una cierta expresión que inspira mucho respeto.
Es una mujer de andar acompasado, recuerdo que casi a saltitos se movìa por el café, con diligencia en un espacio tan reducido y caluroso. Es rápida y creativa a la hora de dar soluciones en la cocina. Nunca pierde la paciencia.
Trabaja, trabaja, trabaja.
Contrario a lo que se podría pensar, cuando Cosmelina era pequeña en Cipara no se comía tanto pescado... no todos tenían bote y a punta de anzuelo no era mucho lo que lograban pescar.
“Maíta críaba gallinas, chivos, cochinos. A Ciro lo crió una chiva”, dice.
El maestro de Cipara, el que le enseñó a leer y contar, se llamaba Pilar y era de Río Caribe. Pedro Narváez, quien fuera hace unos años prefecto de San Juan de Las Galdonas, también fue maestro en esos tiempos. Quizá fue un mejor oficio para él.
Entre ires y venires Cosmelina cumplió los diecinueve años en Playa Grande, cerca de Carúpano. Hizo un curso de contabilidad en el INCE. Y en una de esas que regresó a Cipara, tenía veintiún años ya, se enamoró y tuvo a la primera de sus seis hijos e hijas.
Con cinco de esos muchachitos, ahora hombres y mujeres, llegó hace casi veinte años a Río Caribe. Aquí nació Kariela, la menor , que parece haber heredado de su madre el gusto por la cocina.
Caminó y caminó Cosmelina las calles riocariberas hasta conseguir trabajo empacando sardinas. Por la mañana hacía pan frito, torrejas, meriendas, y las salía a vender.
Trabajó ocho años en la enlatadora de Coopesucre, hasta que la empresa se declaró en quiebra en diciembre de 1998. Todavía no le pagan sus prestaciones.
Luego picó sardinas en El Morro pero no le gustó hacerlo. A nadie puede gustarle ese trabajo.
Aprendió a coser en una cooperativa textil, Tamagas, y ahí estuvo un año “porque me gustaba coser y ayudar en todo”, pero la cocina pudo más.
Ya pasa la media noche. En el aparato de radio suenan unos tambores, y muerta del cansancio, Cosmelina mueve, sin darse cuenta, la cadera y los pies.
Cocinar, también es un arte en movimiento.
Así, con un homenaje al coco solidario y a una hermosa mujer, me reencuentro hoy con esto que escribí hace añales cuando Cosme me dio su receta de la sopa loca.

Sopa loca de coco

¼ kilo de ocumo blanco
¼ kilo de ocumo chino
¼ kilo de mapuey
¼ kilo de yuca
un trozo suculento de auyama
1 chaco o batata
3 o 4 charlotas (echalots, escalonias)
una rama de cebollin
ají dulce al gusto
una cabeza de ajo
un mazo de culantro
sal, pimienta
la leche de tres cocos secos

Se obtiene la leche de los cocos rallados pasándolos por agua caliente y tamizándolos en un liencillo o colador. Se reserva.
Se pican finamente las charlotas, o cebollas si no se tiene la suerte de vivir en Paria, el ají dulce en juliana, el ajo pelado y machacado y se saltean en un poquito de la leche de coco, a modo de aceite. Luego se le agregan las verduras peladas y picadas en trozos pequeños, primero la yuca y de último la auyama pues se ablanda más rápido que las demás. Se ponen a cocinar con agua suficiente para apenas cubrirlas. Se sazona con sal y pimienta en grano.
Al ablandar se les añade la leche de coco, el cebollin y el culantro picado muy fino. Se calienta bien sin dejar que hierva para que la leche de coco no se corte.
Al momento de servir se decora con tiritas de ají dulce y se acompaña de casabe tostado.
Ya sabemos que mejor es comerla frente al mar, porque ahí la vida es más sabrosa y uno se quiere mucho más.

1 comentario:

Fabiola Paravisini dijo...

Qué buena se ve esta sopa... En estas lides donde no hay coco sino que venden la leche o la crema en lata, sirve igual? Gracias! Besitos