viernes, 8 de abril de 2016

VEINTE AÑOS Y UNA NIETA CARUPANERA

Hace veinte años llegué a la Península de Paria para quedarme y no lo sabía.Sucre había sido hasta entonces una referencia de mi infancia en un tránsito hacia Margarita, cuando a los siete u ocho años, pasé unas vacaciones con mi familia en el entonces Hotel Cumanagoto de Cumaná... tiempos de la Conahotu, cuando Venezuela era Un país para querer y todavía no era El secreto mejor guardado del Caribe. Playa Colorada el ícono de nuestras playas y la autopista a Oriente, todavía hoy inconclusa, un supuesto proyecto de país.
Muchos años después,con el entusiasmo de los cuentos de Alfredo Maneiro y de David Paravisini, pasé varias vacaciones con mi hijo Rodrigo en Chacopata, donde acampamos muchas veces y supimos que una piqueta nos permitiría descubrir que Araya era una mina maravillosa de fósiles, pueblos como Manicuare, Salazar y la Angoleta. Que bastaba una pequeña inmersión para comer erizos frescos, pescar cachorretas y yucas y entregar dósis de felicidad a los niñitos que curioseaban nuestra carpa cuando decidimos regalarles una piñata.
Conocímos a Ignacio Arenas, escultor del barrio Las Palomas de Cumaná y supimos de su boca que los calamares también se llamaban lurias y que la bondad de este pueblo no nos abandonaría nunca jamás.Hoy Rodrigo es biólogo y cocinero y vive en Australia con sus dos hijitos y Gabriela.Y el país le duele.
Luego le tocó el turno al segundo hijo, Andrés, hoy periodista y cocinero de 30 años, dos hijos venezolanos y españoles y una esposa valenciana, Daniela, pero en aquel entonces celebró su primer mes y medio de vida en un apartamentito de Playa Grande, a la entrada de Carúpano, arrullado por los vecinos que día y noche nos machacaban con la canción de moda que decía algo sobre un cigarrito y un café. Hicimos una excursión hasta El Morro y Guiria, sin pasar por el Río Caribe donde vivo, y al regreso encontré todos los teteros quemados pues olvidé apagar la cocinilla eléctrica.Esa fue la primera olla que quemé en Paria.
Añísimos después, con Juan, mi marido y socio desde hace 27 años, jugamos con la idea de hacer de las arcillas de esa península de ocres inimaginadosque es Araya, las paredes de nuestra casa.
Pasó el tiempo y un viaje de amigas nos llevó a la otra península, a Paria, a San Juan de las Galdonas, a dónde nos mudamos días después del terremoto de Cariaco sin que una sola duda me ensombreciera el alma.
Fernanda, la tercera hija, tenía seis años.
Hoy, a sus 25, acaba de parir a Afeni Araía, mi primera nieta que acaba de nacer en Carúpano, por decisión de su madre caraqueña.
Nunca lo imaginé. En este país estremecido, tembloroso y dividido, irreconocible y esperanzado, tengo una nieta que habla de nuestra decisión de familia de hacer de Paria y sus sabores una ilusión, un proyecto, un hecho. Tengo una nieta de cacao, el producto que ha guiado nuestros pasos en la cocina, la manteca que untó la panza de mi hija en su embarazo, los bombones hechos aquí con los que celebramos su vida, lo que nunca falta en mi maleta cuando viajo y cocino.
No sé cómo agradecerle a mi hija tanta alegría. Ni a mis hijos que su segundo oficio escogido los haga llevar los sabores de este país donde nacieron en cada paso que dan por el mundo.
En veinte años cocinamos muchos proyectos... una biblioteca en San Juan, una radio que yo quise en un barco pero que terminamos armando en Río Caribe y que acaba de cumplir ya no se si 13 o 14 años, un periódico, un restaurante, un empeño con la sarrapia, con la pimienta de guinea, con morcillas y chorizos, un mostrar el patrimonio gastronómico que aquí encontramos, una tristeza imposible de llevar por tanto abandono y narcotráfico, un compromiso de alegría que es continuar mostrando lo bueno que hay.
Paria sabe a ron, a cacao, a especias, a multiculturalidad, a la esperanza de bienestar que quiero para una nieta cuyos nombres significan Salud y Promontorio que avanza hacia el mar. A un país lo mueve la esperanza, el compromiso, el trabajo con la comunidad y la decisión irrevocable de su gente de hacer solo lo mejor desde el espacio que ocupa. El mío es la palabra, la cocina y la honestidad.

jueves, 31 de marzo de 2016

A destiempo

Así va mi vida y mi cocina. A destiempo. Apresurada, atrasada, Conflictuada y esperanzada, como el país. No hay manera de que sea de otra manera. Lo personal, lo profesional, los amores, las tristezas, las lecturas, la felicidad, todo se me encima, Vivo el hayqueismo...hay que hacer esto y lo otro y no hay modo de enrutinarme, lo cual, de algún modo, es maravilloso y caótico.
Por ahora, mi vida es esperar resolver todo antes de nazca Araía, en realidad, Afeni Araía, mi quinta nieta. Amo este apuro de la vida de hacerme abuela sin que pueda ni siquiera asimilarlo. Seis años, cuatro, dos, meses y ahora la quinta nieta. Mis hijos que parecían tan ajenos a la vida común...pareja, hijos, me sorprenden con su prolificidad..... se dice así?
Juan dice que es que nos hemos sembrado muuucho como familia y yo no sé.
En todo caso amo esta dinámica que me hace pensar en la palabra y en nuestra búsqueda en la cocina. Raíces, países, amor, responsabilidad, búsquedas.


lunes, 18 de enero de 2016

GALLO TOCOCO PARA ABRIR EL AÑO

Casi recién llegados a Río Caribe, Juan y yo compramos un gallo tococo en la carnicería de El Colorao, a la salida del pueblo. Ya ese negocio no existe, pero nuestra fascinación por el tococo permanece. Juan recuerda siempre el sabor de ese primer gallo que guisé y yo, que detesto las peleas de gallo y el olor a pluma mojada, me siento bendecida cuando un tococo se apodera de mi cocina.
Habíamos cerrado el año comprando una barbaridad de gallos para preparar una olleta cumanesa, tantos que quedaron aún para sazonar nuestras navidades con olleta caraqueña, que confieso me gusta muuucho más, y arrancamos el año con un gallito que nos quedó y que entre Luisa Oliveros y yo decidimos guisar para preparar una chalupa a nuestra manera, tan así, que prefiero llamarla pastel de maíz tierno relleno con tococo.
Para preparar la masa, Luisa desgranó una docena de mazorcas de maíz tierno y las molió en una maquinita manual. Luego le agregamos a la mezcla un poco del consomé que quedó al cocinar el gallo, sal, papelón hasta que tomó el dulzor suficiente y un par de cucharadas de mantequilla.
El gallo despresado se cocinó a fuego lento, lentísimo, con una hojita de laurel y unos granos de pimienta dulce, dos clavitos de olor y media rajita de canela. Busqué desesperada una estrellita de anís porque me provocaba horrores ponersela pero nanay nanay, no conseguí.
Una vez suave, picamos la carne del gallo en trozos, no desmechamos, nonono, y la guisamos con dos cebollas picadas en cuadritos, dos ramas de cebollín de echalot que nos quedaba, tres ajicitos dulces, aceite onotado, pasitas y aceitunas rellenas de pimentón cortadas en rodajitas. En la nevera quedaba un frasquito de jugo de tomate, y a la olla fue, al igual que un chorrito de un vino trasnochao.
Como esa mañana había llamado a Don Armando Scanonne para desearle felíz año, le pusimos un chorrito de salsa inglesa y una cucharadita de mostaza.
Pimienta de guinea porque negra no hay y sal.
En un pirex enmantequillado, colocamos una capa de la masa de maíz, luego una de guiso abundante  cerramos con maíz. Nada de queso y juro que falta no le hizo.
Cuando la servimos recordé a mi tía Luisaemilia que la hacía estupenda, me dieron ganas de visitar a mi amiga Maru en Guadalajara y decidí que los tococos seguirán en mi cocina.
Esta foto es de las navidades pasadas, la tomó Topocho Morocho, quien este año nos volvió a visitar. Ahí estamos Juan yo, él con barbita y con el pelo mas corto, yo todavía sin barba pero con el pelo mas largo, con las mismas ganas de seguir trabajando juntos los maravillosos sabores de este país.