domingo, 9 de agosto de 2015

El SABOR DE MIS HIJOS NO TIENE RECETA

Tengo tres hijos. Por ahora, uno en Australia, otro en España y una en Venezuela. Tengo tres nietos, dos en Perth, Australia, uno en Valencia, España, ninguno en Venezuela. Pertenezco a la generación abuelasskypecuandosepuedeporladiferenciahoraria.
Rodrigo, mi hijo en Australia, es biólogo. Trabajó, además, varios años de candyman y es capaz de hacer unos caramelos preciosos que nunca imaginé pudieran salir de sus manos. Lo admiro profundamente. Es un hombre de entrega, complejo, hermoso, amigo incondicional, generoso, mi primer empeño, con tantas dosis de amor como de fracaso en mis pininos de madre, un gran papá que alimenta a sus hijos, Arianna y Diego, con esmero, seguramente con sopas insólitas llenas de un sabor que nació con él. De sabores llenos de contrastes, como él mismo. Mi compañero de viaje, un gran cocinero.
Gabriela, su compañera indómita, mantiene el orden doméstico con esa disciplina estricta y laxa a la vez que es prueba de su espìritu científico.Los frutifica. Los amo con la incondicionalidad y respeto que ellos mismos me han enseñado.
Andrés, el hijo del medio, tiene en su piel el color de la tierra que lo ata. O quiza mejor decir que lo sostiene. Andreochi, como le digo, nació para sembrar. Y seguramente para cocinar lo que siembra, aunque escogiera ser periodista. Es un investigador nato. Tiene la solidez de su papá y de mi mamá. Su hijo Bruno tiene su mismo ceño y el espirítu rebelde combinado de su padre y de su madre Daniela, que llegó a Venezuela, se enamoró, lo  enamoró, y se lo llevó, quien sabe por cuanto tiempo, a la tierra que la vió nacer. Hay un mar de por medio entre nosotros ahora pero siempre tierra a mano, que es el sino de Andrés. Daniela me regaló una familia española a la que quiero sin distancias y unos consuegros fantásticos, Amparo y Fernando.
Fernanda Camila, la mas pequeña que ya no lo es, es músico. Una campanita oriental. Alborotada, impredecible, ella misma es su mejor instrumento. Yo creo que es una pastelera engatillada sin medidas. Es decir, una pastelera insólita para dulcificar con su voz y su alegría la vida de los animalitos y la gente que la rodea. Exigente, desordenada como no podría ser la pastelera que es.
Ninguno tiene receta, tampoco la tiene Juan, mi marido y compañeroamoroso en el hacer de madre. Cada uno con su sabor, y yo aprendiendo.

Tantos atrasos propician el olvido



Escribo sin abrir el blog aún. No recuerdo cuándo fue mi último post. Quizá olvide fechas, pero no la constante que ha sido la cocina a lo largo del país pues seguimos recorriendo sus kilómetros a punta de eventos, de productores, de encuentros que me hacen reconocerme en un paisaje que descubro o redescubro a través de la cocina.
·         Las últimas semanas nos han llevado a Carora, para hacer, cada viernes hasta el 21 de agosto, las cenas de la vendimia de los vinos de Pomar. Escogimos el menú influenciados por nuestra vida en la Península de Paria y por un viaje en julio a un encuentro de cocineros propiciado por Venezuela Gastronómica.
·         Cada miércoles llegamos a Carora a comprar conejos, champiñones, las lechugas del señor Ochoa en El Manzano, la crema de leche Don Manuel… la mejor, que además nos hizo una edición especial sin sal, con los brotes de Gabriela y sus microverdes caraqueños, a recoger en el terminal las papitas parameras arbolonas negras que nos envía Yvonne Avendaño del Hotel Escuela de Mérida… ella tan empeñada en su tesis doctoral, a recorrer el mercado Terepaima y descubrir ahí los arándanos criollos, las fresas y las moras que llegan de Cubiro, los trazos de una ciudad que nos sorprende con una neblina inesperada y el profesionalismo de los estudiantes de la escuela Adelis Sisirucá que dirigen Nora Muñoz y Sergio Arango, trabajadores incansables.
Carora es una cola eterna en cada esquina donde hay un supermercado, un abasto. Las ciudades pequeñas evidencian impúdicas el país que estamos siendo, aborregado, marcado por el trajín, la necesidad, la resistencia, no sé cómo definirlo, ni quiero porque no encuentro explicaciones. Baste decir que ahí,  el sol que se enciende mas aún con los empujones, para nada me quiero reconocer en ello.

En las Bodegas Pomar trabaja Juan, no mi marido, otro Juan que canta boleros y hace crecer árboles primorosos que se inventa a punta de oasis y flores traídas quién sabe de dónde. Nos tomamos una foto abrazados, quisiera saberme las letras de las canciones que entona, tener su humor inconmovible; comparto con él la entrega por hacer bien el trabajo, por dar placer a los comensales, por mostrar como dice mi amiga Valentina, que estamos sembrados en Venezuela y hay muchísimas razones, cada vez más, para seguir aquí.
Me mueve y me conmueve. Me llena de palabras y me hace muda. Me anega este país con lágrima fácil y el desconocimiento que tenemos de lo que somos y lo que podemos ser.
Mérida fue otro capítulo. Compartí cocina con cocineros, la mayoría bastante jóvenes, en los que descubrí un discurso gastronómico renovado. Los chicos de Pan Comido, la pareja de Emparamados, la generosidad de Diana Garrido, el verdor de la vida y del comedor de Valentina Inglessis, la estética y el sabor de Alejandra Gibert, los sabores de Teo Zurita, la juventud maravillosa de Iván García, Linguini, las enseñanzas de Eneko, y no sigo nombrando porque mi memoria es cada vez mas corta y la gente mucha. Mejor que quien me lea busque la página de Venezuela Gastronómica y lea todo lo que pasó ahí, que fue mucho mas que lo que se reseña pues fue una muestra de trabajo en equipo, de pa que sirvoqueaquí estoy, como Pedro Castillo de Cumaná, y la gente el Grupo Occidental Gastronómico, esos maracuchos de hierro que jamás salieron de la cocina.
Si alguien espera recetas de este blog, la única que podría imprimir tiene como ingredientes la constancia, como procedimiento el amor al trabajo y como resultado el plato perfecto, que no es otro que el compromiso por hacer las cosas bien, amorosamente.