martes, 26 de julio de 2011

ARGEL, CARACAS, RIO CARIBE

Primer amanecer en Río Caribe en casi un mes. Electricidad intermitente toda la noche, lluvia con sol, mi cama, mis perras, mis ausencias encontrándome. Estrené mi llegada con una tarde de cama leyendo La Pensión Eva de Andre Camilleri, un siciliano que vísperas de sus 80 años decidió hacer de ese libro unas vacaciones narrativas. Espléndidas, llenas de niñez y de historias de guerra. Iniciación sentimental y erótica, dice Camilleri. Con sabor a cuddriruni y queso caciocavallo.
Y así me siento yo, con un sabor desconocido en boca, iniciándome cada tanto, con cada viaje, con cada encuentro, con cada regreso.
Acabo de recibir la invitación de una amiga a su cumpleaños y me siento exactamente igual que en Argelia. Quiero ver, comprender y no juzgar. Estoy aquí queriendo estar como allá. Me explico, comprender las diferencias, asentar mis valores, pelear, defender, comprometerme, pero no despreciar a quienes son tan diferentes. Quizá sea ese mi reto y punto.
Y como conté, pues el desierto del Sahara ni desde el avión lo pude ver pues dejé Argel a las 2 y tanto de la madrugada luego de un día fantástico con mi guía Nordine, visitando las ruinas romanas de Tipaza, asustada de pisar con mis patitas unos pisos de mosaicos de mas de dos mil años y maravillada de ese restaurancito en medio de las termas públicas de un parque arqueológico inmenso que bordea el Mediterráneo. Ahí, frente a ese mar transparente que dejaba ver enormes erizos y muchachas bañándose con ropa, una enorme laja recordaba el sitio favorito de Albert Camus. Olivos, fábricas de garum, un teatro enorme de acústica perfecta. Una ciudad. Luego fuimos a la tumba de la cristiana, Selene, hija de Cleopatra, y tras almorzar las mejores sardinas de mi vida, regresamos a Argel para visitar la Casbah de verdad verdad.
La Casbah fue la ciudad originaria, es decir, la Medina, la primera Argel, rodeada por una enorme muralla de la que apenas quedan rastros. Entre sus pasadizos y callecitas de a pie se alternan palacios de sultanes y especie de casa de vecindad. Subimos a la terraza de la casa de un artesano y desde ahí fue espléndida la vista de la ciudad y el puerto. En una terraza un poco mas abajo se apilaba una montaña de lana y Nordine me explicó que la usan las novias para hacer el colchón que estrenarán con su marido. Ricas, pobres, la mayoría hace su propio colchón.
La tarde terminó en un cafecito cuyo nombre lamentablemente no recuerdo. Nordine quería darme a probar un refresco de limón, vainilla y agua de azahar pero no había. Tomamos fresas con granadas y estaba fresco y sabrosísimo.
Ya hacia las ocho regresé al hotel y me esperaba Falla, una periodista que conocí fugazmente para darme su regalo de despedida. Un traje hermoso violeta y naranja, pantalones, túnica, cinturón y turbante.... sus libros de cocina y una calidez imposible de olvidar.
En Argel quedó algo de chocolate, un poquito de casabe y otro de kumache....una cantidad de personas que comieron venezolano, una embajada de mi país que me hizo sentir orgullosa por su trabajo y cariño, Michel y su esposa Mariángela, Gabriela, Vianey, las traductoras, Nasser elegante chofer,.... nuevos amigos y unas enormes ganas de volver.
Caracas fue escala de familia, mi nieta Ari preciosísima, mis hijos maravillosos, los amigos de siempre. Mi ciudad cumpleañera harta de violencia.

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