viernes, 21 de junio de 2013

DE ALANTE PA TRAS


Hace tres semanas salimos de casa. En orden regresivo pasamos por una clase de cocina de Malasia y su cena, la cena del premio Laurus en Valencia con Mamazori, un festivalito con sabores del lejano y el cercano oriente en el restaurane Bamgú en Maracaibo, dos días de relax en el Valle de San Javier, una cena a muchas manos para muchas bocas en la Posada de Xinia y Peter en La Mucuy, un curso mandatorio de artes y ciencias en Maracaibo, más de 2.500 kms de país con nuestro carrito lleno de cavas, soltando productos y comprando otros como ese maravilloso y cremoso quesito fresco de cabra, última parada antes de llegar a Barquisimeto.
Cada vez que vamos a Occidente siento que hay dos países, uno al Este de Caracas y otro hacia el Oeste, con tristes coincidencias: basura a montones al borde de las carreteras, bolsas plásticas como una patética nueva especie de flor, botellas de cerveza y un cementerio de perros muertos, atropellados.
Para consolar el alma, la gente. Gente laboriosa, gente amable, personas comprometidas, divertidas, hospitalarias, a veces recelosas pero las más de las veces querida.
Amé los mangos piña y mangos durazno de la carretera entre Maracay y Valencia, las naranjas dulcísimas de Nirgua, el verde prolijo y alegre de Yaracuy, con sus puesticos de frijoles de todos los colores, realmente me impacta el orden y limpieza de la tierra de María Lionza.
Extraño saber que mis amigos de la Universidad Experimental de Yaracuy ya no están ahí y que es poco probable que regrese a la que una vez fue la cocina de Cuchi Morales.
Con Lara no puedo. Si viviera ahí rodaría empatucada de la nata de Don Manuel, desayunaría, almorzaría y cenaría lomo prensao, me bañaría en suero y mis zarcillos favoritos serían de vicuyes y mis noches de cocuy.
La única frustración que tengo es no poder haber visitado nunca jamás a Leo Garcés y Judith en su posada La Salamandra, en Duaca, cada intento termina en un cambio de planes. Tampoco he podido comer los chicharrones de guabina de no se donde, ni pararme en Sortilegio, que queda en Yaracuy, no?
Ni he ido a la vendimia de Polar, aunque amo con locura su espumante extra brut.
Pero este viaje me regaló conocer a las dos Sonias de Quesos Las Cumbres y tuve un flechazo fulminante con ambas dos, madre e hija. Alegres, fajadas, arriesgadas y cocinerísimas, me debo un viaje a su Carora para dominguear con ellas y un nuevo post para seguir el cuento.

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