viernes, 16 de marzo de 2012

COREA EN PERTH

Desde hace diez días estoy en Perth. Llegué a esta ciudad el mismísimo día que llegó al mundo mi nuevo nieto, Diego Andrés.
No he salido mucho de casa pues estoy aplicadísima tratando de aprender a ser abuela de Diego y de Arianna, mi nieta de dos años con la que estoy compartiendo apenas por tercera vez. A
sí que, al igual que en mis viajes anteriores a la tierra de canguros y koalas y de cuanto bicho ponzoñoso o mala conducta el mundo creó, estoy dedicada a la familia.

Ayer fue el cumpleaños de Gabriela, Gusa, como le decimos todos a la hermosa madre de los pequeños. Compartimos el almuerzo de familia con  Suny, una amiga de Gusa, quien llegó a casa con una enorme olla de sopa de algas, regalos y sus hijos, un niño de casi cuatro años, Hanho, suena jan jo, y una hermosa beba de 8 meses que se llama Abigail.
Suny contó muerta de la risa que desde hace diecisiete años habla inglés y aún pasa trabajo pero lo que uno nota e3nseguida es que no tiene ningún problema para comunicarse con el mundo. Es cálida, directa, parlanchina y muy extrovertida. Su marido australiano, Andrew, es mas bien callado. Se conocieron en Londres, a donde Suny llegó directo de Corea. Cuenta que estudió y ejerció la enfermería, que ahora se dedica a tiempo completo a la casa y a los niños y que le gustaría hacer en el futuro algo más creativo como montar una cantina, que entiendo es para ella algo así como un pequeño comedero donde se sirva un menú pequeño que incluya sashimis al estilo coreanoo y algunos platos de su país.
Cuento todo esto de Suny porque me impresionaron tres cosas que me dijo. La primera es que las veces que ha regresado a Corea se ha dado cuenta que la gente, su gente, come cada vez más dulce. Que el paladar ha cambiado no solo en los restaruantes tipo franquicia o para turistas, sino para el coreano habitual que solía masticar calamares salados como si fueran golosinas.
Luego me definió la cocina de su país en el espectro que marcan cinco sabores: salsa de soya, pasta de frijoles de soya, la combinación de ambas, salsa de pescado y  chile en polvo. Todo, decía, vegetales o animal, arroz o tallarines, tiene estos sabores o sus combinaciones y añadió que así como la gente de la India huele a especias, a ellas los occidentales le huelen a queso, a mantequilla, a lácteos y no creo que eso fuera  un piropo, mientras que las casas coreanas, no dijo la gente, huelen a ajo y a kimchi, ese repollo fermentado y aliñado que no puede faltar en la mesa.
Mientras comíamos un ceviche que le encantó pues ama el pescado crudo le  explicó a mi hijo Rodrigo, el cocinero de la casa, que Gusa tenía que tomarse un plato de la sopa de algas que había traído, en el desayuno, el almuerzo y la cena, durante treinta días. Es una tradición que repone minerales, iodo... la versión coreana de la sopa de gallina que años ha se le recomendaba a las mujeres en cuarentena.
Lo tercero que comentó es que le parecía que al fin y al cabo todos comíamos mas o menos lo mismo y que la diferencia residía básicamente en los aliños propios de cada cultura. Se que las generalizaciones son algo peligrosas pero comparto totalmente la impresión de Suny. No necesito buscar las diferencias para darme cuenta que vaya donde vaya siempre hay un algo que nos hace parecidos, un espíritu que nos enlaza, sobre todo en la cocina. Eso me encanta y me reconforta pues me hace creer que mis nietos Arianna y Diego quizá logren vivir en un mundo donde cada día sean más posibles los encuentros.


1 comentario:

Luisa dijo...

Hola, Tamara, felicitaciones por tu nuevo nieto, y deseo disfrutes mucho esa visita a la familia, un abrazo verde desde esta Venezuela. Los mejores deseos de salud y bienestar a todos tus seres queridos. Luisa