martes, 2 de diciembre de 2014

Llano adentro, emociones afuera



Escribo esto desde el llano. En los últimos dos meses he recorrido más de ocho mil kms de país, que en mi caso particular significan una mezcla de carretera, sabores y nuevos afectos. Como no he escrito de cada destino trataré de recordar algunas paradas que se grabaron en mi vida por el significado que cada hacer, a mi parecer, tiene en la vida de otros.
Fui a La Guardia, en Margarita, como jurado de un concurso de mejillones que organiza anualmente Margarita Gastronómica y quedé conmovida y admirada por el trabajo de Pilar Cabrera y Niels Petersen de  Casa Mejillón. Se nota a leguas que hay una relación profunda con su comunidad, que hay un empeño diario por generar y compartir bienestar.  


Hubo propuestas repetidas, algunas divertidas como la de la señora que hizo un chantilly de mejillón blanco y rojo… estoy segura que c ada año las recetas serán mejores , que el evento se seguirá repitiendo y que con el curso natural del tiempo y acompañamiento en la formación,  la gente explorará cada vez más  su maravilloso producto para hacer de él un legado de familia, una posibilidad de ingresos para la economía local y un  punto de atracción para los visitantes. De Margarita Gastronómica no sé ni qué decir… tengo la más sana de las envidias por los resultados de un hacer tesonero que está marcando un hito al mostrar el patrimonio gastronómico del destino turístico más visitado por los venezolanos. El bonus track de este viaje fue el chutney que me preparó mi amigo Terry Bannon con  unas frutas de nuez moscada cultivadas en Paria que yo llevé y el consentimiento de Linda, su esposa y amiguísima querida con la que siempre me divierto.  



Luego fui a Valencia invitada por Luis Brunicardi, del grupo de amigos del Hospital de Niños y junto a Armando  Canelón  y María Fernanda Di Giaccobe gozamos un puyero cocinando con cacao y chocolate para una cena que estuvo llena de gente que disfrutó la comida y contribuyó con el proyecto. La organización fue impecable y un botón mas de la generosidad de la gente y la calidad de su compromiso con proyectos que ayudan a mejorar la calidad de vida de otras personas.
Antes y después del viaje a Valencia fui jurado de la semifinal y final del concurso de la empresa Kakao Real que todos los años celebra su aniversario con este evento y charlas y catas alrededor del tema del chocolate.   Cada octubre de los últimos cuatro años he recibido esta invitación de Marlene Berrios con una inmensa curiosidad por lo que veré y probaré y con las ganas de que el año siguiente incorporen al concurso platos salados hechos con cacao o sus productos. Tanto buen cacao aún en el país y tan poco que lo hemos explorado.


Debo confesar que pese a mi entusiasmo, si probar 14 platos de mejillón diferentes me pareció una barbaridad en Margarita, no se pueden imaginar lo que fue degustar 23 postres de chocolate en un solo jalón. De un día así uno sale entre indigesto e intoxicado de felicidad. Solo pude hacerlo porque mis compañeros de jurado fueron todos muy divertidos, atinados en sus observaciones hacia estudiantes y oficiantes que concursaron y al igual que yo están todos enamoradísimos del chocolate, como Brian, de La Praline, y Sammi, de Pastelería Mozart, dos personas que no conocía y a las que me gustaría seguir viendo en mi vida.  A veces me parece increíble que en un país lleno de desatinos, inequidades, inseguridad,  profundas diferencias políticas, rabia, corrupción e intolerancia entre las partes,  yo pase semanas siendo parte solamente de cosas positivas,  gente que trabaja con entusiasmo, que promueve proyectos maravillosos y que al igual que yo se puede quejar amargamente de esto o de aquello pero prefiere batallar y generar espacios de crecimiento ciudadano y posibilidades de bienestar para otros.
Con la boca aún empegostada de chocolate y Juan Sará de compañero comenzamos los preparativos para unos días de cocina pariana en Café Casa Veroes. Este restaurante queda en la Casa de Estudios de la Historia de la Fundación Polar en el centro de Caracas. Su chef, Edgardo Morales, es un cocinero joven al que admiro por su rica sazón, su capacidad de trabajo  y por su curiosidad, porque es de los pocos que conozco que hace de verdad verdad cocina de mercado y se patea Quinta Crespo semanalmente. Quinta Crespo es parte de mi historia porque cuando era pequeña y preguntaba cómo nacían los niños mi papá siempre me respondía que los compraban en el mercado y que a mí me habían conseguido con la cara toda arañada de un guacal en el mercado de Quinta Crespo.  Ese cuento lejos de crisparme me mataba de la risa y me imaginaba de lo más feliz asomada en uno de esos sacos de yute que usaban en mi casa para ir al mercado de Guaicaipuro, que nos quedaba mas cerca y al que íbamos semanalmente.
Me gusta mucho Casa Veroes. La comida es rica, la casa hermosa con su verde jardín que hace que uno se sienta comiendo al aire libre, me gusta entrar en la librería… esta vez compré cuentitos preciosos y a buen precio para los nietos y un libro de química de los alimentos que me tiene encantada y es un reto a mi memoria universitaria, pero lo que más me gusta, definitivamente,  es regresar al centro. Trabajé aaaaños de Marrón a Pelota como corresponsal de  la Agencia France Presse y más jovencita aún en el Banco Hipotecario de Crédito Urbano que quedaba en la esquina de El Chorro dando clases de inglés y aprendiendo a defenderme de los piropos de los obreros que trabajaban por ahí. Me siento cómoda en el centro. Pese al exceso de propaganda  gubernamental, lo encuentro  renovado y precioso y lamento que haya personas que no se atrevan a visitarlo y se priven así de un espacio urbano que nos pertenece a todos.
Los días de Casa Veroes fueron un trabajón y una gozadera. De Oriente nos trajimos el chutney de fruta de nuez moscada, chorizos riocariberos, morcillas carupaneras, los chocolates de los Franceschi, los rones de Destilería Carúpano, la pimienta de guinea, la sarrapia, el picante y el ají dulce y el papelón. Carlos Rodríguez nos trajo sus patos reales de Apure para cocinarlos con chocolate y kumachi de Canaima, y jau jau, un casabe relleno de queso llanero y azúcar que hace la señora Georgina en La Negra, un pueblito de carretera en Guárico donde también venden casabe, pan de horno y babo salado.

Casi sin tregua nos enrumbamos para el sur, compramos mereyes pasados y cristal de guayaba donde las Wulff,  las tías de Karla Herrera,  en Ciudad Bolívar, y volamos de Puerto Ordaz a Canaima para cocinar en un evento privado en Waku, una posaba preciosa frente a la laguna de Canaima. Dormimos tres noches en el hotel de Venetur y nos dio mucha pena a Juan y a mí saber que todo el mundo, incluida la población pemón,  se está yendo a trabajar a las minas que hay dentro del Parque Nacional Canaima. El tema minas es una roncha de largo aliento que ha sembrado uno de los espacios más bellos del planeta de cráteres, miseria humana y contaminación con mercurio. Coincidimos con el final del rodaje de una  película protagonizada por Edgar Ramírez, un remake de un film cuyo nombre no recuerdo. Contradicciones me sobran, quedé aterrada por la cantidad de helicópteros que me enteré estuvieron aterrizando en el tepuy donde grabaron. No abundo en detalles porque no los conozco pero entiendo que nos pasamos las leyes por la naríz cada vez que nos place y que la protección del ambiente no es tema de prioridad nacional. Tampoco la protección de la fauna silvestre, cosa que veo con furia cada vez que voy de Caracas a mi casa y, llegando a Piritu, prolifera la venta de pajaritos  y araguatos bebé a metros de la policía, que al uno reclamar responde que eso es competencia de la Guardia Nacional.
En fin, trabajamos, amanecimos y nos acostamos frente a los cuatro saltos que tiene la Laguna de Canaima, fuimos felices hasta el agotamiento en la cocina y  regresamos cuatro días después para pasar de refilón por Río Caribe y  cocinarle a los chocolateros invitados por María Fernanda a conocer el país, con ese enorme entusiasmo que le ha puesto a su empresa Cacao de Origen. Con una dormidita en Caracas nos enfilamos a La Puerta para una velada de música y sabores compartidos con nuestros queridos  Xinia y Peter, de Mérida, en casa de nuestros anfitriones del Hotel La Cordillera. Laura y Ricardo son un encanto, me siento en casa en ese lugar. Cocinamos rico y relajados, compartimos cuentos y vinos.
La cantante que nos acompañó en la cena se llama Anny Cauz y tiene una voz preciosa. Y otro bonus track, nos regaló un hermoso disco y al día siguiente cerramos comprando unas ollitas primorosas cerca del hotel.
De La Puerta  fuimos a encontrarnos con Valentina Quintero y @arianuchis en Calabozo. No pudimos hacer el viaje en una sola jornada. Viajamos vía Boconó por una carretera hermosísima que no conocíamos, así que cuando nos agarró lluvia sin sol decidimos dormir en Campo Elías. Portuguesa me pareció tan bonito y prolijo como Yaracuy. Todo arregladito y limpio, al menos a la vera del camino. Las carreteras decentes hasta tomar la vía Tinaquillo a Dos Caminos que fue el propio huecocross.
Por fin llegamos a Calabozo como a las dos de la tarde, bastante derrengados y las chicas, junto a nuestra anfitriona Sorelia Franco  nos recogieron en El Rastro para llevarnos a La Casona en la Hacienda Campo Claro cerquita de Guardatinajas. Cuando digo cerca, es cerca, porque cuando un llanero dice cerca para mi es lejíiiiiiisimo.
Pasamos cinco días entre Guárico y Apure y quedé enamorada de llano para siempre. Hacía siglos que no iba y de no vivir cerca del mar creo que es el lugar donde me gustaría estar. 360 grados de plenitud y horizonte abierto. No soy fanática de la carne de res pero en el llano todo me supo diferente, empezando por ese olor a mastranto que lo recibe y lo despide a uno cada día. Me atapusé de quesadillas en Corozopando, de pan de horno de El Guayabal, conocí a la Georgina del jaujau de mis amores, comí catalinas negrísimas rellenas de dulce de lechoza y piña, probé los mejores dulces de cabello de angel, brandy y piña y cascos de guayaba de Guardatinajas, le compré una piñata de tapara a mi nieto Bruno que cumplía su primer año, me enamoré, igual que Valentina, de Iván, el cocinero italiano del Best Western en Calabozo y quedé seducida por Cándida y sobre todo por esa doña Bárbara llena de amor y humor que es Sorelia. Ahora solo quiero regresar.
Valentina inventó que Juan y yo nos fueramos ahí mismito, rapidito a  El Cedral y fue un viaje interminable por la distancia pero que yo hubiera querido prolongar para seguir viendo esteros, garzas, gabanes y palmas llaneras. Fuimos dos veces a San Fernando, una para ver el Palacio de los Barbarito y otra porque nos equivocamos de entrada.

El Cedral me pareció un paraíso de pajaritos desde mínimos hasta el enorme garzón soldado que vimos cuidando el nido sin dejar de cortejar a su dama.
Nunca vi tantos chiguiritos sueltos ni entendí con tanta nitidez lo que significa decir que algo huele a chiguire, foooooo. Extrañé cada segundo a mi hijo Rodrigo, que fue guía en ese lugar hace más de ocho años, justito antes de irse a Australiade  lleno de ganas de aventura y de amor. Hubiera sido una maravilla de viaje tenerlos con nosotros a él y a Gusa. Tienen muchos conocimientos y saben explicar.
Tito, el chofer del camión, fue nuestro guía. Gentil y ojos de gato todo lo supo contestar.  A Juan le fascinaron los chiriguare y caricaris copete anaranjado. Comprendimos perfectamente el dicho como caimán en boca e caño, vimos zorritos, venados carameros y todas las aves posibles. Yo compré un onotero de tapara tallada precioso.


Del llano regresamos a Caracas para compartir con los hijos  y celebrar el primer precumpleaños del nietito Bruno, el post cumpleaños de su papá, Andrés, y a la única cumpleañera en fecha, @arianuchis, a quien le cocinamos con tanto cariño y vino que no se ni como llegué a la cama. La vida, o las emociones, a veces se nos cruzan.
Al día siguiente, vuelta a nuestro Aveo rumbo a Barquisimeto donde cocinamos para un evento con los chicos de la escuela Adelis Sisirucá. Cada vez que voy a Lara me gusta más. Soy una fan desbordada de sus quesos y de la crema Don Manuel, del lomo prensado caroreño,  de los vicuyes y de sus músicos y artesanías, del color de su tierra y de sus verdes. Fue una paliza de trabajo de la que salimos felices e inspirados para continuar hasta Barinas y hablar del amor por el patrimonio gastronómico pariano y del país. Hace tiempo me juré que nunca regresaría a ninguna feria pero cuando supe del empeño de Jaime Llanos por montar el pabellón gastronómico de Fitven no tuve dudas y quise ir. Los cocineros de los hoteles de Venetur mostraron que con entrenamiento e inspiración pueden hacer un gran trabajo. El señor Agustín Hernández, cocinero barinés, nos enseñó en veinte minutos lo que no aprendí en años. Rafael Cartay me hizo descubrir la hallaca angostureña. Del resto del evento no puedo opinar porque poco ví pero de este pabellón solo puedo decir que estuvo muy bien montado y  fue un viento fresco de cocina de las regiones y un ejemplo de cómo sector privado y Estado pueden encontrar puntos comunes de trabajo. No se habló de política ni de gobierno sino de productos, tradiciones, técnicas y sabores que nos pertenecen a todos.
Barinas me gustó mucho. Quiero regresar. No sé si me atreveré a comer las ubres de vaca que venden en el mercado Las Carolinas  ni las gordas chinchurrias que asan en La Redoma. Solo sé que el llano se me instaló dentro y lo quiero explorar, conocer a qué sabe, compartir el camino que voy haciendo, que vamos haciendo tantos. Quiero, quiero.
Cosas que me encantaron de todos estos viajes
Los bocaditos de plátano y queso con melado de papelón y sarrapia que me regaló Adriana García, ganadora del concurso Estampas de este año con unas tartaletas de casabe muy bien hechas y mejor rellenas con una crema de guayanés y ají dulce. Me encanta su blog Cilantro pero no tanto.
Colearme en la final de ese concurso en Hajillo´s y compartir con Felicia Santana.
Hacer por primera vez la torta bejarana. Me encantó.
El crumble tibio de fruta de nuez  moscada y piña con helado que servimos de postre en Café Casa Veroes, los patos con chocolate y kumachi, el risotto de mejillones y chorizo que preparó Edgardo Morales.
Que la gente goce la diferencia de sabores de los chocolatitos Franceschi según el tipo de cacao.
Que nos pidan un refill de ron Carúpano.
El pan de horno de El Guayabal.
Las taparas talladas de Falito en Guardatinajas. Gracias Sorelia.
Las quesadillas de Esperanza en Corozal…menos mal que no vivo cerca.
Los esteros de Camaguán.
El Cedral.
La humildad de Agustín Hernández y conocer su restaurante en Barinas.
Que Juan me acompañe ytrabajemos juntos.
Saber que mi hijo Andrés y Cosmelina vendrán a cocinar con os en Canaima.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tus relatos me saben a querencia... y hacen un buen maridaje con mi nostalgia por el terruño. Gracias.