martes, 1 de febrero de 2011

1 de febrero

Estoy aterrada. Hace días el tedio me atenaza y un ciclón se aproxima a la ciudad donde vive mi hijo mayor, Rodrigo, con su familia, Gabriela y Arianna. Ya van camino a Kuranda. Quisiera estar con ellos para hacerles una sopa o quizá otro plato más afín a mi alma cocinera. Quiero asegurarles que Cairns quedará bien, que podrán seguir con su día a día, y que la verdadera adrenalina viene de una cierta, al menos, paz interior. Ese espacio que no es igual para todos pero donde reside el alma que nos mueve, la noción, la intuición más primitiva. Como primigenio, aterrado, es el sabor del pan que hice hoy. mas bien una merienda, con catebía, que es la harina de la yuca amarga que se usa para tender casabe, coco rallado y papelón aliñado.
Se amasan los ingrediente, digamos que todos a partes iguales, quizá un pellizco de sal pero no, ya el papelón la tiene. En fin, asamos sobre una hoja de plátano y terminamos la cocción en el horno.
Claro que es mas fácil hacerlo si uno vive en Río Caribe y a diez minutos de casa hay un tren de casabe y se trata sólo de ponerse uno de acuerdo con Orlando a ver qué día exprime la yuca. Hice también un pudín de pan del año, revisé las verduras mustias, pensé qué quiero cocinar mañana y en la playa, dos días de sol y playa, nadar, bucear, caminar... nada de sillita y libro.
Estoy preparando un taller de cocina en un refugio en Caracas. Parece sencillo pero para mí no lo es. Esto sólo lo enuncio. La casa aún huele a papelón y vuelve a lloviznar.

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