lunes, 19 de enero de 2009

EL PESCADOR ENCANTADO

El pescador encantado, la sirena y el curandero




No pareciera que fue hace tanto tiempo sino que hubiera sucedido ayer. El pueblo está igual.
Veo la fotografía que nos tomaron en el malecón y enseguida me viene a la nariz el olor del mar mezclado con el de palos podridos y aguas sucias alebrestadas por las lluvias.
Ese diciembre llovió casi todos los días, algunos más. Fue entonces cuando las olas empezaron a covar la orilla de la playa y aparecieron muchos huesos marrones y algunas calaveras con dientes de oro. Dicen que también consiguieron morocotas, pero yo no las vi, tampoco mis amigos, ni mis padres, ni los amigos de mis padres.
Tampoco recuerdo en qué momento Angela Andrea, Claudio y yo decidimos ir a explorar hasta el extremo de la playa.
Eran como las cuatro de la tarde y el día estaba un poco gris.
Un pescador espiaba el horizonte con la cara que pone la gente cuando espera que llegue un bote cargado de pescado.
En Río Caribe y en toda la costa de Paria lo que más pescan es el tajalí.
Es un pescado largo y brillante de olor muy peculiar. Parece una culebra babosita lista para brincar y morder con sus enormes colmillos a los pescadores que le raspan la piel de plata y lo cortan a tajos para freirlo mejor. A mi me da asco. No me importa que mi mamá diga que es muy sano, que tiene fósforo o que hay que aprender a comer de todo.

- “Mira, Fernanda Camila, el señor se metió en el agua y va nadando lejísimo”, me dijo de pronto Claudio.
- “Y tiene como una cola brillante”, gritó Angela Andrea, con sus ojotes negros abiertotes.
- “Yo no le veo cola”, la contradije.
- “Pues yo creo que Angela Andrea tiene razón o será que una sirena está acompañándolo”, insistió Claudio.
-
Mis padres dicen que soy terca, muy terca, y que cuando no quiero dar el brazo a torcer grito con voz de cantante de ópera, pensando que así me oirán mejor y me darán la razón.

- “Las sirenas no existen y si era el señor que estaba en la playa el que va nadando, ¿De dónde iba a salirle una cola? ¿No será más bien el reflejo del sol?”, les pregunté.
- “A mi me contaron que en Río Caribe había una señora que se convertía en pájaro y a dos cuadras de mi casa, frente a la plaza Miranda, hay un caserón de dos pisos donde dicen que salen fantasmas”, dijo Claudio.
- “Yo no creo esas historias, pero mi mamá y mi papá dicen que cuando la gente cree realmente cosas que parecen imposibles, pues son reales para ellos y entonces son verdades”, se recordó de pronto Fernanda Camila.
- “Bueno, es que los papás son una cosa seria. El mío quiere que yo estudie trombón y a mí lo que me gusta es piano y mi mamá quiere que sea nadadora y yo prefiero estar en mi cuarto leyendo y jugando con mis muñecas”, dijo Angela Andrea.
- “Cuando yo sea grande, seré explorador”, se ufanó Claudio, y con gesto de conquistador siguió caminando por la playa buscando algún hueso, cualquier objeto para comenzar su colección de hallazgos.


Entre gritos y pelotazos de arena se les pasó la tarde y empezó a oscurecer. Como a las seis ya casi parecía de noche y los tres amigos decidieron regresar.
Yo venía mirando el suelo. No quería pisar ninguna chapita, ni las rayas de la acera del malecón. Estaba brava con Claudio porque hablaba más con Angela Andrea que conmigo.
De pronto noté un cambio en el olor del aire. Desde chiquita lo primero que hago es tratar de meterme todo por la nariz para olerlo.
Era un aroma desconocido, como a pescadito muy fresco, a perfume de mujer, de esos que tanto me gustaban y no me dejaban ponerme porque decían que no tenía edad.

- “Ayyyy”, grité con voz de cantante de ópera, “Ayayayayyyy”, volví a gritar.

Frente a mi, tendidos sobre la arena estaban una sirena y un tajalí gigante de ojos tristes.

- “Ayúdanos, niña”, me dijo la sirena con voz apenas audible. No hablaba, se quejaba más bien mientras miraba al tajalí con los ojos aguados y enamorados.
Corrí hasta Claudio y Angela Andrea y sin poder decirles ni una palabra los arrastré conmigo hasta donde estaba la extraña pareja.

- “Hay que ayudarlos, parece que están heridos”, dije con la voz extrañamente calmada, como si estar frente a una sirena y a un pez con mirada de gente fuera lo más normal del mundo.

No se de dónde, Angela Andrea trajo un pote de agua fresca y le dimos de beber a la sirena. Claudio examinó al tajalí y se dio cuenta que tenía un enorme anzuelo clavado en la garganta, o mejor dicho en las agallas. Yo les cantaba bajito a los dos, ahora con mi voz de flauta, para tranquilizarlos.
Se nos ocurrió que lo mejor era ir a buscar a Javier, que pinta hombres con cabeza de tigre, de toro y de pájaro.
Seguro que él sabría qué hacer.
Mientras, las niñas nos quedamos las dos solas, echándoles agua de mar a la sirena y al tajalí para que no se resecaran y se fueran a morir, cantando todas las canciones de Shakira que sabíamos y que al tajalí, que era el que se veía más malito de los dos, parecían entretener.
Después de horas, días, años, regresó Claudio con Javier, que traía bajo el brazo un paquete.
Se sentó con nosotros en la arena y prendió una linterna muy grande que se había comprado en el último viaje a España, porque en Río Caribe todo el tiempo se va la luz y hay que estar preparados.
Como Angela Andrea era la más alta de los tres le tocó ponerse de pie, con la luz en las manos como esa estatua que está frente a Nueva York, donde quiero ir cuando haya nieve para hacer un muñeco, aunque la nieve esté sucia, no me importa, patinar en hielo y, y, ya me estaba distrayendo.
Javier abrió el paquete y sacó pinceles y pintura. Mientras, Claudio y yo con mucho cuidado extendíamos sobre la arena a la sirena y al tajalí.
Javier pintó con esmero todos los manchones que se veían sobre el cuerpo de la sirena.

- “Mientras se seca”, nos dijo, “no le echeis agua sino en la cara o se le correrá la pintura y no sanará”.

Al tajalí le dibujó nuevamente las agallas, los dientes de perro y le tiró una pincelada plateada de punta a punta y un baño de barniz. El pez respiró aliviado.

- “Ya estais listos, pero poned atención y no os acerqueis a los botes de pesca en las noches de carnaval”, les advirtió el pintor de visiones.

Luego se sentaron los cuatro a ver cómo el tajalí y la sirena nadaban mar adentro.

- “Le voy a pedir a mi papá que les construya una casa en el fondo del mar para que vivan felices”, rompió Claudio el silencio.
- “Mi mami puede hacerles unos caracoles para que les sirvan de cuna a sus hijos”, dijo Angela Andrea.
- “Los míos van a escribir esta historia para que Camila, Irene, Sebastián y todos nuestros amigos la puedan conocer”, prometió Fernanda.
- “Yo os digo que curaré con mis pinceles cualquier herida que les produzca en el alma la riña que vais a recibir por estar tan tarde en la calle sin haber avisado”, rió Javier y se fueron los cuatro silbando aquella cancioncita de Café Tacuba que a todos les gustaba.

“Como te extraño
mi amor, por qué será,
me falta todo en la vida
si no estás....”

FIN

1 comentario:

pedro a. cruz cruz dijo...

Me gusta lo que escribes. Saludos.