lunes, 5 de septiembre de 2011

PARIA


Hoy me parece que las mejores fotos las llevo en el alma, ese espacio al que incluso yo poco accedo pero que funje como especie de batería para agarrar impulso cuando no entiendo nada. El alma esa, pues, me quedó verde jade después de tanta mar y tanta selva. Me quedó el alma fresca como las cascaditas que caen al mar pero también asustada como el mar de Paria, que parece manso en agosto pero al día siguiente es un estallido contra las piedras.
En la punta este de la Península de Paria, ahí donde la boca del dragón nos separa apenas 13 kms de Trinidad...ahí donde los marinos mas avezados recomiendan prudencia, ahí llegamos para decirnos que estábamos en la mera puntica oriental de Suramérica, donde, como dijo Fabián Michelangelli, amanece Venezuela.
En el libro de Paria de Bruno Manara, publicado por la Fundación Thomas Merle, leo que desde la punta de Araya a la de Paria hay 265 kilómetros. Así como los ocres son una fiesta en Araya ocurre con los verdes en Paria, pese a la amenaza que supone que sus dos parques nacionales permanezcan casi en el abandono y los conucos y la tala corroan el bosque de monos aulladores, de aves insólitas y de cacaos criollos escondidos.
 En un viaje anterior me contaron que estas montañas que parecen tetas puntiagudas son justamente así como resultado de la juntura de las placas tectónicas norte y sur, que son tierras de más de 65 millones de años, que hubo un cataclismo feroz que hizo de Trinidad una isla, que lo que yo llamé delfines eran mas bien orcas tropicales, que es mas fácil llegar a Granada que a Caracas, que Uquire, el pueblo donde hicimos campamento, quedó aún   mas abandonado después que hace unos años se diera un alerta de erupción de un tal volcàn la Souffrerie o algo así en Montserrat. En fin. Estoy segura que estos caseríos de pescadores encierran mil historias, tesoros hundidos, además de potes de aceite y pañales dejados impunemente a la intemperie.
Cuatro días al mando del capitán Botuto, una docena de amigos entre los 16 y los sesenta y tantos años, y cinco tripulantes tan alborotados como disciplinados fuimos la tripulación que salimos un jueves desde San Juan de las Galdonas. Guacuco, Guarataro, Unare, Cipara, Boca de Cumana, Tolete, Cacao, Mejillones, Playa Negra, Chuao, Pargo, dichos así en desorden pero todas playas, bahías, cinturones de arena custodiados por estas piedras enormes en el mar coronadas por àrboles que desafían al viento, pelícanos y cotúas y hasta una iglesia en piedra con una hendidura vertical que deja ver la ensenada de San Francisco.
Seguro que Arianuchis contará con pelos y señales la historia en su pag. lapequeñacomeflor.
Yo sigo con este verde, con el alma suspendida pero aún así, agradecida.



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