Escribo sin abrir el blog aún. No recuerdo cuándo fue mi
último post. Quizá olvide fechas, pero no la constante que ha sido la cocina a
lo largo del país pues seguimos recorriendo sus kilómetros a punta de eventos,
de productores, de encuentros que me hacen reconocerme en un paisaje que
descubro o redescubro a través de la cocina.
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Las últimas semanas nos han llevado a Carora,
para hacer, cada viernes hasta el 21 de agosto, las cenas de la vendimia de los
vinos de Pomar. Escogimos el menú influenciados por nuestra vida en la
Península de Paria y por un viaje en julio a un encuentro de cocineros
propiciado por Venezuela Gastronómica.
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Cada miércoles llegamos a Carora a comprar
conejos, champiñones, las lechugas del señor Ochoa en El Manzano, la crema de
leche Don Manuel… la mejor, que además nos hizo una edición especial sin sal, con
los brotes de Gabriela y sus microverdes caraqueños, a recoger en el terminal
las papitas parameras arbolonas negras que nos envía Yvonne Avendaño del Hotel
Escuela de Mérida… ella tan empeñada en su tesis doctoral, a recorrer el
mercado Terepaima y descubrir ahí los arándanos criollos, las fresas y las
moras que llegan de Cubiro, los trazos de una ciudad que nos sorprende con una
neblina inesperada y el profesionalismo de los estudiantes de la escuela Adelis
Sisirucá que dirigen Nora Muñoz y Sergio Arango, trabajadores incansables.
Carora es una cola eterna en cada esquina donde hay un
supermercado, un abasto. Las ciudades pequeñas evidencian impúdicas el país que
estamos siendo, aborregado, marcado por el trajín, la necesidad, la
resistencia, no sé cómo definirlo, ni quiero porque no encuentro explicaciones.
Baste decir que ahí, el sol que se
enciende mas aún con los empujones, para nada me quiero reconocer en ello.
En las Bodegas Pomar trabaja Juan, no mi marido, otro Juan
que canta boleros y hace crecer árboles primorosos que se inventa a punta de
oasis y flores traídas quién sabe de dónde. Nos tomamos una foto abrazados,
quisiera saberme las letras de las canciones que entona, tener su humor
inconmovible; comparto con él la entrega por hacer bien el trabajo, por dar
placer a los comensales, por mostrar como dice mi amiga Valentina, que estamos
sembrados en Venezuela y hay muchísimas razones, cada vez más, para seguir
aquí.
Me mueve y me conmueve. Me llena de palabras y me hace muda.
Me anega este país con lágrima fácil y el desconocimiento que tenemos de lo que
somos y lo que podemos ser.
Mérida fue otro capítulo. Compartí cocina con cocineros, la
mayoría bastante jóvenes, en los que descubrí un discurso gastronómico
renovado. Los chicos de Pan Comido, la pareja de Emparamados, la generosidad de
Diana Garrido, el verdor de la vida y del comedor de Valentina Inglessis, la
estética y el sabor de Alejandra Gibert, los sabores de Teo Zurita, la juventud maravillosa de Iván García, Linguini, las enseñanzas de Eneko, y no sigo nombrando porque mi memoria
es cada vez mas corta y la gente mucha. Mejor que quien me lea busque la página
de Venezuela Gastronómica y lea todo lo que pasó ahí, que fue mucho mas que lo
que se reseña pues fue una muestra de trabajo en equipo, de pa que sirvoqueaquí
estoy, como Pedro Castillo de Cumaná, y la gente el Grupo Occidental
Gastronómico, esos maracuchos de hierro que jamás salieron de la cocina.
Si alguien espera recetas de este blog, la única que podría
imprimir tiene como ingredientes la constancia, como procedimiento el amor al
trabajo y como resultado el plato perfecto, que no es otro que el compromiso
por hacer las cosas bien, amorosamente.
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