Tengo tres hijos. Por ahora, uno en Australia, otro en España y una en Venezuela. Tengo tres nietos, dos en Perth, Australia, uno en Valencia, España, ninguno en Venezuela. Pertenezco a la generación abuelasskypecuandosepuedeporladiferenciahoraria.
Rodrigo, mi hijo en Australia, es biólogo. Trabajó, además, varios años de candyman y es capaz de hacer unos caramelos preciosos que nunca imaginé pudieran salir de sus manos. Lo admiro profundamente. Es un hombre de entrega, complejo, hermoso, amigo incondicional, generoso, mi primer empeño, con tantas dosis de amor como de fracaso en mis pininos de madre, un gran papá que alimenta a sus hijos, Arianna y Diego, con esmero, seguramente con sopas insólitas llenas de un sabor que nació con él. De sabores llenos de contrastes, como él mismo. Mi compañero de viaje, un gran cocinero.
Gabriela, su compañera indómita, mantiene el orden doméstico con esa disciplina estricta y laxa a la vez que es prueba de su espìritu científico.Los frutifica. Los amo con la incondicionalidad y respeto que ellos mismos me han enseñado.
Andrés, el hijo del medio, tiene en su piel el color de la tierra que lo ata. O quiza mejor decir que lo sostiene. Andreochi, como le digo, nació para sembrar. Y seguramente para cocinar lo que siembra, aunque escogiera ser periodista. Es un investigador nato. Tiene la solidez de su papá y de mi mamá. Su hijo Bruno tiene su mismo ceño y el espirítu rebelde combinado de su padre y de su madre Daniela, que llegó a Venezuela, se enamoró, lo enamoró, y se lo llevó, quien sabe por cuanto tiempo, a la tierra que la vió nacer. Hay un mar de por medio entre nosotros ahora pero siempre tierra a mano, que es el sino de Andrés. Daniela me regaló una familia española a la que quiero sin distancias y unos consuegros fantásticos, Amparo y Fernando.
Fernanda Camila, la mas pequeña que ya no lo es, es músico. Una campanita oriental. Alborotada, impredecible, ella misma es su mejor instrumento. Yo creo que es una pastelera engatillada sin medidas. Es decir, una pastelera insólita para dulcificar con su voz y su alegría la vida de los animalitos y la gente que la rodea. Exigente, desordenada como no podría ser la pastelera que es.
Ninguno tiene receta, tampoco la tiene Juan, mi marido y compañeroamoroso en el hacer de madre. Cada uno con su sabor, y yo aprendiendo.
Rodrigo, mi hijo en Australia, es biólogo. Trabajó, además, varios años de candyman y es capaz de hacer unos caramelos preciosos que nunca imaginé pudieran salir de sus manos. Lo admiro profundamente. Es un hombre de entrega, complejo, hermoso, amigo incondicional, generoso, mi primer empeño, con tantas dosis de amor como de fracaso en mis pininos de madre, un gran papá que alimenta a sus hijos, Arianna y Diego, con esmero, seguramente con sopas insólitas llenas de un sabor que nació con él. De sabores llenos de contrastes, como él mismo. Mi compañero de viaje, un gran cocinero.
Gabriela, su compañera indómita, mantiene el orden doméstico con esa disciplina estricta y laxa a la vez que es prueba de su espìritu científico.Los frutifica. Los amo con la incondicionalidad y respeto que ellos mismos me han enseñado.
Andrés, el hijo del medio, tiene en su piel el color de la tierra que lo ata. O quiza mejor decir que lo sostiene. Andreochi, como le digo, nació para sembrar. Y seguramente para cocinar lo que siembra, aunque escogiera ser periodista. Es un investigador nato. Tiene la solidez de su papá y de mi mamá. Su hijo Bruno tiene su mismo ceño y el espirítu rebelde combinado de su padre y de su madre Daniela, que llegó a Venezuela, se enamoró, lo enamoró, y se lo llevó, quien sabe por cuanto tiempo, a la tierra que la vió nacer. Hay un mar de por medio entre nosotros ahora pero siempre tierra a mano, que es el sino de Andrés. Daniela me regaló una familia española a la que quiero sin distancias y unos consuegros fantásticos, Amparo y Fernando.
Fernanda Camila, la mas pequeña que ya no lo es, es músico. Una campanita oriental. Alborotada, impredecible, ella misma es su mejor instrumento. Yo creo que es una pastelera engatillada sin medidas. Es decir, una pastelera insólita para dulcificar con su voz y su alegría la vida de los animalitos y la gente que la rodea. Exigente, desordenada como no podría ser la pastelera que es.
Ninguno tiene receta, tampoco la tiene Juan, mi marido y compañeroamoroso en el hacer de madre. Cada uno con su sabor, y yo aprendiendo.