sábado, 4 de enero de 2014

A POR LA VISA DE OTRA VIDA

Me sorprendí, sí, cuando ví en indiegogo la foto de mis nietos y la narración de Gusa, la compañera de mi hijo Rodrigo sobre parte de lo que han hecho en siete años en Australia y las razones por las que desean formalizar su visa de residentes en ese país y para ello apelan a la solidaridad universal para poder pagar los gastos que ello implica. Recordé su llegada a Sydney, el primer trabajo de Rodrigo como cocinero en un restaurante francés donde lo único que le gustaba de ahí eran las papas fritas, sus comentarios sobre el uso de tantos productos pre procesados y luego la mudanza al noreste, un viaje de miiiiles de kms a Kuranda persiguiendo el empeño de Gusa, así llamamos a Gabriela, de hacer una maestría en la rata gigante de cola blanca australiana. Le puso tanto impulso que logró una beca del gobierno y el año pasado culminó su doctorado. Gusa que trabajó de mesonera, que vendió productos embarazada de puerta en puerta y es sólida y hermosa. Igual que Rodrigo, siempre tiene la razón y los dos van aprendiendo y enseñando que el trabajo constante, interior y externo lo puede casi todo.
Esos primeros tiempos que yo percibí como una gran aventura fueron duros para ellos y tardé tiempo en darme cuenta de lo difícil que habían sido, solos.
Vivieron en un trailer, en un campamento, luego en una casa en medio de un jardín tropical gigante donde por primera vez ví zapotes negros y arbolitos de onoto igualitos a los de aquí. Ahí adoptaron un gato, a Luna la perra aborigen y a Rata, que le limpiaba los dientes a la perra y se comÍa cuanto cable se le atravesara por el camino y mis sandalias favoritas. Superé también el asco y dejé que se me subiera a la cabeza y corriera por el sofá mientras yo seguías sentada tan tranquila.
En esa su primera casa de verdad, vivió casi un año mi hija Fernanda, que atravesaba un pequeño bosque de noche, apenas con la luz del teléfono celular, con certeza de que no le pasaría nada en ese país de serpientes venenosísimas, causarios gigantes, cocodrilos en el mar y medusas casi invisibles de picadura mortal.
Con Silvina, creo que se llamaba una pasante suiza que tuvo Gusa, me comí el cebo que le preparaba a las ratas con nueces de macadamia, mantequilla de maní o algo así y miel. Sabía riquísimo. Y el par de locas, pensaba yo, salían a trampear en el bosque desde las ocho de la noche hasta entrada la mañana, día tras día. Yo cocinaba, y engordaba. Fue la rutina de Gusa durante cuatro años mientras Rodrigo transitaba de la biología a ser un candy man y me admiraba con sus caramelos de detalles diminutos y sabores insólitos.
Rodrigo y Fernanda trabajaron también en un pequeño zoológico de animales venenosos donde un día Rodrigo se empeñó sin éxito en que yo me pusiera en la mano unas arañas pelúas espantosas que se paran en las patitas traseras para picar... nada mamá, me dijo, si se paran en las patas traseras le pones la otra mano encima y no pasa nada, ¿tú no estudiaste biología pués?... y yo, ni de broma que a mi lo que me gusta es la botánica.
Conocí ahí a Kobi y Susan Silverstein, una pareja maravillosa con una vida muy singular. Susan fue como el hada madrina de Gusa primero y su amiga después. Tuvimos el privilegio de viajar con ellos por Venezuela.
Podría echar cantidades de cuentos, de sustos, de sueños, de alegrías y miedos; hablar de cuán duro es aceptar y entender que los hijos decidan vivir a 17.000 kms y cinco mil dólares de distancia.
Rodrigo y yo nos enteramos del primer embarazo de Gusa en Kuala Lumpur, al final de un viaje en el que Rodri me acompañó a cocinar en Bangkok y Yakarta y del nacimiento anticipado de Arianna cuando él regresaba a Cairns luego de un viaje a Venezuela. Ari era tan tan chiquitita que cabía en una caja de zapatos y a los dos meses, cuando la conocí, pesaba dos kilos 200 gramos y era preciosísima. La científica Gusa aprendió a ser madre a punta de amor y de un libro que ahora le regaló a mis hijos Andrés y Daniela, que estrenan a Bruno, el mas pequeñito de los nietos.
Al nacimiento de Diego Andrés, mi segundo nieto, llegué con unas horas de retraso y fuí abuela felíz por mes y medio, gracias a mi oficio de cocinera.
Gabriela y Rodrigo han trabajado sin descanso, para vivir, para ser pareja, padre y madre, y es una maravilla salir de paseo con ellos y aprender de bichos y de flores diminutas, de comidas y costumbres ajenas, del amor de ambos por la biología, de sus compromisos e ideas sobre la naturaleza física y humana. Me han enseñado tanto que no sabría cómo contarlo.
Ahora viven en Perth, una de las ciudades mas bonitas que he conocido. Rodrigo trabaja medio tiempo en una licorería, es amo de casa parcial y tiene un puesto de arepas y cachapas en un mercado de Fremantle -- donde por cierto venden unos chocolates hechos con cacao de Chuao y Río Caribe--, y en otros mercados ocasionales de la ciudad. Su socio Azdrubal Figueroa, venezolano, es un tipazo también que conocí cocinando en Camberra y lo considero mi herencia a mis hijos.
Creo que trabajan mas horas de las que tiene el día y mas días de los que tiene la semana. Gusa no ha conseguido el trabajo como bióloga de sus sueños.
Las cachapas que hacen son buenísimas y a los australianos les gusta rellenarlas con todo lo que tienen en el mostrador, sea guasacaca, carne mechada, pollo, cochino o picante. Me da la impresión que gustan mas que las arepas.
Sabor venezolano de exportación del que cada día descubro más jóvenes que apelan a él para montar sus negocios, en busca de conciliar sus sueños de una nueva vida cuando no hallan como resolver  los impedimentos que consiguen en nuestro país. Es una mezcla de admiración, nostalgia y rabia sin límites la que me da. Y de alegría también pues son capaces y lo demuestran.
Creo que cientos de padres y madres como yo viven esto de ser abuelos por skype, se las arreglan para visitar a los hijos cada vez que pueden no importan cuán lejos estén, y tratan de entender lo casi inentendible pues nos duele el país escindido, difícil, hermoso, aún injusto que tenemos.
Les dejo el link que escribió Gusa, digamos que una receta de amor para cocinar sus sueños de familia.
http://www.indiegogo.com/projects/help-arianna-diego-and-their-family-stay-in-oz?c=pledges